Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/932

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situado el episodio de las charreteras, que hace medio siglo fué origen de una curiosa y apasionada controversia, pero acerca del cual hay en la actualidad cosa juzgada.

El 23 de setiembre de 1829 cesó en el mando del 1° de Caballería, número nuevo asignado al 9° en el mes de abril y en mayo de 1830 fué nombrado jefe del 4° Escuadrón de Caballería, siendo incluído en la lista “Premios a los 33” en agosto del propio año.

Fiel al gobierno constituído cuando las revoluciones lavallejistas, es baldía la acusación que formularon los parciales de Lavalleja, imputando al coronel Manuel Oribe y a su hermano Ignacio, no haberlos acompañado en la empresa, no obstante hallarse comprometidos para hacerlo.

El 14 de agosto de 1832, el vicepresidente en ejercicio Luis Eduardo Pérez, lo nombró coronel mayor (general) “en premio a los importantes servicios prestados a la causa del restablecimiento del imperio de las instituciones y las autoridades constituidas”.

Ministro de Guerra y Marina el 9 de octubre de 1833 contando con la plena confianza del presidente Rivera, éste patrocinó luego, de buen grado, la candidatura de Oribe para sucederle en el mando presidencial por el cuadrienio 1835-39 y resultó electo el 19 de marzo de 1835, después del ascenso a brigadier general que le había sido conferido el 24 de febrero.

Sin que dejara de ser un candidato presidenciable, no era el general Manuel Oribe, ni el único ni el más señalado para suceder a Rivera en la presidencia, y se podría agregar, todavía, que éste necesitó vencer resistencias entre sus amigos para sacarlo triunfante, Pero el Conquistador de las Misiones no podía, en función de presidente, haber escapado — él solo en América — a la tentación, funesta, de darse el sucesor que procuran a su semejanza, y el cual, por deber de gratitud, les ha de permitir que sigan gobernando como por fideicomiso. Y según sucede siempre también, el poder tiene la virtud, condicionada al tiempo, pero infalible, de que ambos personajes amigos al comienzo concluyan por hacerse enemigos, como sucedió en el caso de Rivera y de Oribe.

Producida la escisión, el maquiavelismo de Juan Manuel Rosas, gobernador de Buenos Aires, hombre funesto para el Uruguay, vino a complicar nuestro pleito interno. Rivera, hostigado con elemental falta de tino político, primero, y agraviado después por las resultancias a que arribó una comisión nombrada para examinar las cuentas de su período de gobierno, recurrió a las armas alzándose contra el poder constituido, tal cual el general Lavalleja había hecho con él; y como su prestigio en el país se mantenía intacto, la revolución, iniciada en julio de 1836 y bautizada con el caprichoso nombre de “Constitucio-

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