Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/933

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nal”, tomó al poco tiempo un desarrollo alarmante. La ingerencia de Rosas por su lado se había hecho evidente merced al auxilio de sus propios soldados. Por su parte, los unitarios proscritos de su patria por Rosas, acudieron a engrosar las filas riveristas, con su más distinguido jefe militar, el general Juan Lavalle.

Oribe, bajo la sugestión de los métodos rosistas, instituyó, por decreto de 10 de agosto, el uso obligatorio en los empleados públicos e individuos pertenecientes al ejército, de una divisa de cinta blanca con el mote “Defensores de las Leyes”. Los revolucionarios, a su vez, para distinguirse, adoptaron sin necesidad de decreto una cinta celeste, que luego se cambió por otra colorada, color más fácil de hallar en campaña y de una tinta firme que resistía a la intemperie, lo que no se lograba en el tono celeste. Los partidos en que se había dividido por primera vez la ciudadanía, quedaran bautizados por el color de sus divisas.

La suerte pareció favorable al gobierno y el 19 de setiembre los generales Ignacio Oribe y Juan Antonio Lavalleja lograron un gran triunfo en campos de Carpintería, en el departamento de Durazno, y el jefe rebelde tuvo que refugiarse en el Brasil.

Al año siguiente volvió a cruzar la frontera, internándose en el país, y el 22 de octubre de 1837, Oribe, que había delegado la Presidencia para comandar personalmente el ejército, fué derrotado en Yucutujá, departamento del Salto.

Los rebeldes perdieron a su turno la acción del Yí — de relativa importancia —, pero la victoria de, el 15 de junio de 1838, dejó la República en manos de Rivera.

Había llegado el momento de que se entablaran negociaciones de paz. Y ésta se hizo sobre la base de la renuncia del presidente Oribe, aceptada el 24 de octubre de 1838. Inmediatamente dejó el país, pasando a Buenos Aires con un gran número de correligionarios — vicepresidente, ministros, legisladores y algunos militares de alta graduación. Concluyó así, trunca, después de haber sido hondamente perturbada en su marcha por la revolución, la presidencia de este valeroso soldado, cuya probidad personal y cuyas condiciones de buen administrador, le reconocieron hasta sus enemigos políticos.

Una vez cerca de Rosas, Oribe desconoció por sugestiones de éste la validez de su renuncia, para seguir titulándose presidente legal del Uruguay, en cuyo carácter el gobernador de Buenos Aires apresuróse a reconocerlo, dispuesto a sacar provecho de sus servicios.

Oribe consintió en aceptar grados y mando en una nación extranjera. Su período presidencial en la patria había concluído, de acuerdo con la ley, el 1° de marzo de 1839, y no podía ser tenido como presidente de la República a fines de ese año. Pero aún queriendo reconocerlo como tal,

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