su palabra, que como hombre honrado lo ligó al general Rosas, cuyas tendencias no eran las de protegerlo sino también las de conseguir por medio de esa alianza una venganza completa sobre sus enemigos”.
El autócrata, sigue diciendo, abusó de una gratitud mal entendida. No diremos aquí — continúa — si Oribe volvió a su país en 1843 con justicia o sin ella. Falible como todos los hombres pudo errar entonces, pero dado el hecho “solo nos resta añadir que la guerra civil hubiera cesado sin la tenacidad de Rosas. Cuando le fueron sometidos los tratados de paz de 1848, Rosas dijo negándose a ratificarlos: “No es únicamente la presidencia del brigadier general don Manuel Oribe lo que sostienen las tropas argentinas en el Estado Orienta sino las altas miras de la Confederación”. Entonces Oribe conoció la intención de su aliado, pero siguió respondiendo, como siempre, que no faltaría a su palabra.
Como no es del caso hacer la historia de la Guerra Grande ni del asedio y defensa de Montevideo, pues comportaría escribir diez años de la vida nacional, diremos que al ajustarse la paz del 8 de octubre de 1851, impuesta por las armas vencedoras de Urquiza, los propósitos de Rosas respecto nuestro país “las altas miras de la Confederación” estaban satisfechos. Esa política del tirano porteño, de la que el ex-presidente se había hecho cómplice a título de una fidelidad absurda si se aceptan los argumentos de Pintos, se dirigió siempre a la reconstrucción del virreynato platense en beneficio de Buenos Aires, y se dedicó desde luego a arruinar el Uruguay, a cuyas expensas hizo vivir largo tiempo un poderoso ejército, disponible para darle el empleo que conviniere. Rosas había oprimido brutalmente a su país, pero asegurándole la paz. Aquí, en cambio, fueron diez años de guerra civil devoradas las riquezas y asolados los campos por propios y extraños — especialmente por extraños— a los cuales importaba poco nuestra miseria y nuestra ruina.
Restablecida la paz, el general Manuel Oribe, por su parte, se retiró a la vida privada, seguido del odio intenso del Partido Colorado que no lo perdonaba. La administración de Giró con bandera de reconciliación y siendo el propio Giró uno de los personajes oribistas del Cerrito, le permitía considerarse tranquilo. Pero en 1853, después de los sucesos de julio, el gobierno, creyendo que su conducta lo hacía sospechoso, le impuso que abandonara el país, dándole pasaportes para Europa, a donde marchó, para no regresar sino en agosto de 1855, cuando era presidente el general Venancio Flores.
Obligado éste a renunciar el mando por la oposición de los colorados conservadores, el 10 de setiembre, su despecho lo llevó a celebrar con Oribe el Pacto de la Unión — 11 de