Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/989

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problema presidencial del 1° de marzo de 1856, vino a sacar al viejo patricio de la vida privada en la cual, sin mayores preocupaciones, cuidaba prolijamente de su fortuna personal, anciano autoritario y apático en cuyo cerebro el alcohol venía labrando lentamente. Los dos generales con toda la autoridad que de ellos emanaba, se constituyeron al domicilio del candidato para rogarle que ocupara el alto cargo que había rehusado en sendas cartas y lograron convencerlo.

Aceptaba así, una designación qua tenia por muy superior a sus fuerzas, según se lo confesaba lealmente a su “querido compadre” el general Manuel Oribe, cuando, en enero del 56, surgió su candidatura, y su única aspiración era el descanso y el retiro, vencido por la edad, las fatigas y tantas desgracias por las que habla pasado el país.

Votado presidente el 1° de marzo de 1856, subió al gobierno como impuesto, pero con ánimo de hacer política nacional o de fusión como se decía entonces, inscribiendo par lema en su programa, Paz, Unión, Progreso y Libertad, y constituyendo un excelente ministerio. El propósito oculto de sus grandes electores era dominar, cada uno por su parte, en el ánimo de Pereira, y como la tendencia no demoró en manifestarse, cada una de las parcialidades tradicionales dieron en la tarea de conquistar para su bando al presidente. No estaba Pereira dispuesto a aceptar tutelas, sin embargo, y se distanció primero de Flores y más tarde de Oribe, con lo cual vióse privado de muchos elementos de apoyo. La situación del país era tremenda desde varios aspectos y pocas veces un gobernante debió afrontar, en la República, problemas tan trascendentales. Y en el caso, quien tenia que darles frente, estaba por debajo de su misión ya en esa altura de su vida. El problema dual como siempre, administrativo y político, podía resumirse así: entenderse con la herencia de la Guerra Grande y ver el modo de principiar la restauración del país en todo sentido. Los años transcurridos desde la elección de Giró hasta la elevación al mando de Pereira, no podían contarse sine como añadidos a la fatalidad de los 10 años anteriores; a la Paz de Octubre: fueron años de anarquía y de desquicio.

El pavoroso problema administrativo y financiero sobre todo, era manifiesto y en medio de tantas dificultades, debe decirse en justicia que el gobierno de Pereira logró un reajuste general y algunas mejoras, importantes a veces, en distintos ramos. El problema político en cambio lo planteó la errónea concepción — preconizada por los prohombres del Cerrito después de la paz y aceptada de lleno por Pereira, del olvido forzoso del pasado y la prohibición de levantar banderas de partido. Programa absurdo en si y temerario por sus exigencias, llevaba implícito el conculcamiento de libertades esenciales, como la libertad de

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