de guerreros para libertar a un fiel servidor, sin preocuparse del anatema ni de la excomunión. La otra penetró de noche en la Catedral de Ta- rragona, hizo que sus servidores abriesen la se- pultura en la que desde poco antes yacía su her- mano el Patriarca de Antioquía, exhumó el cadá- ver del que fué su amado gemelo, y llevándolo al convento, le enterró en la iglesia, junto a la tum- ba que ella se había hecho preparar para sí. Tenía entonces poco más de treinta años. Naturalmen- te, el sacrilegio despertó la ira de su'hermano el rey y escandalizó a la ciudad de Tarragona. Una tercera hija de D. Jaime casó con el príncipe cas- tellano D. Juan Manuel, y consumida de nostal- gia por su hermosa tierra marina, lloró sin cesar hasta morir. La cuarta fué la esposa de Federico el Hermoso de Austria, casándose cuando éste no era más que duque, y hubo de seguirle desde la soleada Valencia a las brumas de Austria y Sui- za. Allí esperó la duquesa, pronto reina, con im- paciencia noticias que le llegaban con mensajeros de las victorias obtenidas por su marido en las luchas con Ludovico el Bávaro. Pero un día vino una nueva inesperada: su marido había sido hecho prisionero en Múbhldorf y estaba encarce- lado en el Trausnitz. La noticia, recibida cuan- do apenas tenía veinte años, hizo desfallecer su corazón; sus cabellos se tornaron grises, y el llan- to le produjo una grave enfermedad en los ojos.
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