Murió en el desconsuelo poco después de liber- tado su esposo. Hasta entonces había estado casi incomunicada. Toda su servidumbre española, in- cluso una dueña quejumbrosa, había vuelto a su reino, y apenas podía hacerse entender en alemán.
Pronto hubiera podido ceñir esta desventura- da mujer, de desarrollarse los acontecimientos en otra forma, una corona imperial. En la noche del 12 de Diciembre de 1311 murió en la expedi- ción a Roma del emperador Enrique VII la es- posa de éste, Margarita; aquella misma noche, ante el cadáver de la emperatriz insepulta, un patricio genovés, Cristián Spinola, convino con el legado pontificio, el Cardenal de Ostia, pedir al rey de Aragón la mano de su hija Isabel para el emperador que acababa de enviudar. Pero este proyecto fracasó, del mismo modo que la preten- sión de la mano de la misma princesa, solicitada por el hermano del emperador, poco antes falle- cido junto a Brescia; los mediadores, por no ser muy rico este caudillo, habían pedido una rica dote, a lo que Jaime Il, no más rico que él, había contestado con el orgullo de su raza: «las hijas de los reyes de Aragón son de tan noble abolen- go que no necesitan dote alguna».
La más joven de todas, Violante, que costó a su madre la muerte, fué en 1322 objeto de preten- siones por parte del nuevo rey de Francia, Car- los IV. Estas negociaciones están referidas en
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