documentos detallados. Sabemos cómo un mon- je las inició, cómo dos escuderos franceses fue- ron a la corte del rey de Aragón para ver a la novía, que apenas adolescente apareció ante ellos en sorprendente atavío. Sabemos también que estuvieron espléndidamente alojados, a fin de que todo, incluso la novia, les hiciera una brillante impresión, y, por último, que regresaron a su país maravillados. Tenemos también precisas no- ticias sobre las intrigas desplegadas en una ne- gociación concurrente. Sabemos que en una pe- queña ciudad francesa tuvo lugar un verdadero mercado de princesas: fueron presentadas al rey las hijas del de Saboya, quien prometió sumas enormes en el caso de que el rey de Francia eli- giese a una de ellas. Dero éste eligió por fin a una princesa de Luxemburgo, de veintitrés años, se- gún declaran las concurrentes, corpulenta, fea y gruñona. De este modo, la princesita de Aragón, que sólo tenía doce años, no llegó a ser reina de Francia. Su marido fué un napolitano déspota del E-piro, que murió asesinado a los dos años de matrimonio, con lo que la viuda, perdido todo lo suyo, volvió a su patria. He presentado este cua- dro de la familia de un soberano, porque las pie- zas documentales las he desenterrado yo mismo, y porque el cuadro muestra bien el colorido y los accidentes que envolvían la vida de las hijas de los reyes.
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