Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/112

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nes piadosas, por su ayuda mutua y por su mu- tua coraprensión, hallamos en semejante visión el impulso hacia un aspecto superior de la comu- nidad conyugal: la persecución de un ideal reli- gioso común. He aquí el pasaje principal: «¿Dón- de he de buscar las palabras para describir la felicidad de aquel matrimonio, sellado con la bendición del cristianismo, que el ángel revela y el Padre celestial reconoce? El matrimonio, por consiguiente, ha sido contraído en el Cielo. Bajo el yugo que une a los dos creyentes, es hermosa la unidad de esperanzas, de deseos, de costumbres y la misma sumisión ante Dios. Ambos son her- manos; ambos, siervos uno de otro, sin distinción en el cuerpo ni en el alma. Son dos en una carne, y donde no hay más que una carne, hay un solo espíritu. Juntos rezan y juntos hacen penitencia. El uno enseña al otro, le exhorta, le sufre. Visi- tan juntos la Casa de Dios, lo mismo en la San- ta Cena que en las horas de sufrimiento, en las de persecución y en las de asueto. Ninguno de los dos se encubre al otro, ni le evita ni le agra- via. Recreándose en ver y oír esta armonía, envía Jesucristo a tales cónyuges su paz. Donde hay dos como ellos, está el mismo Jesús.»

Tengamos presente que estas palabras, pro- nunciadas en el siglo 111, son de Tertuliano, que no era nada amigo de las mujeres. El cuadro es para los hombres modernos manifiestamente uni-

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