Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/127

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sobre todo los inéditos, declara que diversos predicadores se ocuparon con gusto del tema de la mujer. Se sabe de un dominico, Guillermo, que poseía una nombradía justificada en esta matería, y que en una ocasión despertó el enojo de la señora de un castillo, por la que estaba in- vitado, al enumerar todas las mujeres culpables hasta la esposa de Poncio Pilatos. Esta y nuestra señora Eva son personajes que desfilan con fre- cuencia en la sermonística francesa. Jacobo de Vitry, que después predicó la Cruzada y fué car- denal, dice en una ocasión: «Entre Adán y el Señor, en el Paraíso, aparece la mujer, que no descansó hasta encontrar el medio de expulsar a su marido del Paraíso, y hacer que Jesucristo muriese crucificado.» El general de la Orden, Humberto de Romans, describe la habilidad que había que desplegar para no alarmar a las muje- res: convenía comenzar con su elogio, enaltecien- do las calidades del sexo, tanto en el orden natu- ral como en el de la gracia, y sólo después debe- rían hacerse destacar las faltas; pero siempre atri- buyendo los extravíos a las grandes pecadoras del pasado, Jezabel y Atalia. No deja de insistir Lecoy en que los predicadores se mantenían ale- jados del agravio. Se tiene la impresión de que el predicador se regocija de censurar a las mujeres por faltas de un sabor cómico pronunciado, y que está seguro de tener en ellas un público agra-

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