Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/128

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decido, comprensivo y complaciente. Así, cuando el westfaliano Didio Brye, al comienzo del sí- glo xv, probablemente siguiendo a Cesáreo de Heisterbach, ve sobre las largas colas de las da- mas un coro de diablillos sentados, que, burlones, recogen incansables el polvo de la calle; o cuando refiere sobre la variedad femenina el conocido ejemplo de que la mujer no puede pasar ante una ventana o ante un espejo sin buscar su imagen; o cuando un predicador francés, al enumerar los defectos de la mujer, describe sobre todo su incli- nación a la charla: «son procaces ad loquendum, por lo que Jesucristo, en el momento de su resu- rrección, al ordenar a la mujer, a quien se apare- ció, que no dejase de contarlo, sabía bien lo difí- cil que hubiera sido encontrar ningún mensajero más locuaz». Ciertamente, no siempre son los re- paros tan inofensivos; de vez en cuando se en- cuentran también rasgos más amargos; pero, en general, lo que en el sermón se decía no rebasa apenas el límite de las censuras que en tiempos posteriores, y en el nuestro, se han hecho y se ha- cen a las mujeres, por conocidos escritores e in- cluso desde el púlpito.

La mujer en la épica popular. — En la litera- tura poética se dan los siguientes tres grupos: la poesía épica popular, el arte cortesano épico y lírico, y la poesía popular posterior. La más an- tigua comprende las epopeyas populares, que

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