les; estas manifestaciones de amor poético se feu- dalizan. Así como el feudatario presta juramen- to de fidelidad, así declara el poeta cortesano a su princesa que le ligan a ella amor y fidelidad, y surge entonces su canto del corazón amante. La alabanza se sublima entonces en amor y pa- sión; y reflejando más todavía la imagen del feu- dalismo, solicita el poeta de la señora, como el vasallo de su señor, correspondencia de inclina- ción. Se llegan a exponer deseos cuya realiza- ción sería incompatible con el respeto al matri- monio de la señora que recibe el homenaje. Mu- cho se ha discutido sobre el grado de seriedad que convenía atribuir a todas estas declaraciones. En todo caso, la mujer celebrada en dicha forma no escucharía enojada estas manifestaciones. Una y otra vez resuenan las voces de nostalgia amorosa y las quejas por la crueldad de la ama- da. Esta censura, por su crueldad y por su incon- movible orgullo, significaba para la mujer un elogio de su proceder intachable. Se conservan algunos cantos fúnebres conmovedores sobre la muerte de alguna dama elevada, en los que de nuevo proclama el poeta su fidelidad a su dueña, implorando del Juez supremo misericordia para ella. Ante estos ejemplos no es posible creer que hubiera maldad alguna en estas relaciones; con harta claridad se proclaman la reverencia y la es- timación.
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