Por otra parte, sería equivocado ver en estos productos no más que ilusiones vanas. Para nos- otros, los modernos, resulta incomprensible y nada simpática esta amalgama de ofrendas de amor con solicitudes de recompensa por servicio. Si además hubiera que agregar al carácter de este amor el de ser «poesía intelectual, no del senti- miento», como dice Díez, nos resultaría intolera- ble. Una mirada sagaz podrá distinguir en ella lo fingido de lo verdadero. Walther von der Vo- gelweide, Dante, Guinizelli, amaron y sufrie- ron realmente; de ello responden sus cantos. A nosotros no nos interesa saber si los aconteci- mientos cantados se refieren a la relación con la señora festejada, con la propia mujer o con la propia amada; lo importante es la impresión de cosa vivida. Cierto que en el terreno especial donde actuaban los trovadores, estos temas po- dían resultar peligrosos; frente a damas distin- guidas, las quejas de amor sólo podrían formu- larse en un tono juicioso; la pasión agraviaría y separaría de su servicio al cantor inflamado.
¿Qué actitud mantenían frente a la religión estos poetas, que no sólo guardaban en su corazón su amor a una mujer ajena, sino que lo procla- maban ante el mundo?
Unos permanecían presos en un pecador dua- lismo; el pecado y el arrepentimiento, el arrepen- timiento y el pecado, alternaban en ellos. Otros
— 133 —
