las bufonadas picantes y soeces, en los cuentos y anécdotas. No había aún periódicos, ni círculos y bibliotecas de lectura popular; apenas algunos que supieran leer, y de aquí lo difundido de las narraciones que provocaban la risa y se escucha- ban con agrado. ¡Qué gusto escuchar el relato de las locuras del prójimo! Se reían las gentes del clérigo licencioso, del caballero cobarde, de la mu- chacha boba, del marido ingenuo, de la mujer astuta. Las relaciones entre hombre y mujer eran, naturalmente, tema predilecto. La mujer aparece ya como muchacha inexperta, ya como doncella enamorada, o esposa imperativa, o madre cuida- dosa, o viuda enlutada o sonriente. ¿Quiénes son los autores? De ordinario, vagabundos que no per- tenecían a la mejor clase. Hay que tenerlo en cuenta al juzgar este género. En cuanto a la po- sición en que la mujer aparece, en unos casos, en la inmensa mayoría de los fabliaux, permanece dueña de la situación; no a su costa, sino a expen- sas de su marido engañado, tonto, vanidoso y ce- loso, ríe la concurrencia. Facilidad en la réplica, agudeza, presencia de ánimo, rápida adaptación a todas las situaciones, gran arte histriónico para fingir honestidad; todas estas propiedades se le atribuyen a la mujer. Pero, desde otro punto de vista, la escena resulta escandalosa: la inmorali- dad de la mujer aparece superior a todas sus bue- nas cualidades. De ser el cuadro cierto, habrían
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