estado precisamente las mujeres de la clase media y del pueblo extraordinariamente corrompidas; pero claro está que el cuadro no es cierto. El ju- glar quiere ante todo divertir con sus creaciones, y no es extraño que de los caracteres se pase a las caricaturas. Los fabliaux son poemas democráti- cos. En lugar de divinizar como hasta entonces a la mujer, sienten fruición en negarle todas las buenas cualidades y presentarla como un ser in- ferior y corrompido. Algo de esto mismo hay en Hans Sachs, con sus groseros chascarrillos. En Francia, la obra precisamente preferida de la épo- ca, la Novela de la rosa, de Juan de Meung, el Voltaire de aquel tiempo, está llena de rabiosas ocurrencias contra la mujer. Junto a esta obra se encuentra el Livre de lamentation, de Matheolus, que llegó a tener una popularidad enorme. Es de pensar que el autor recogiera en él su desventura conyugal y el odio a las mujeres que ella le des- pertó. La frecuencia de estos ataques literarios dirigidos a la mujer despertó la defensa de Cris- tina de Pisan y de Gerson, y provocó pronto la necesidad de proteger a la mujer, mediante funda- ción de sociedades dedicadas a honrarla, por medio de obras literarias también. La lucha entre ambos partidos duró siglos; ninguno quería declararse vencido. Sobre ambos ejércitos fogosa influencia tuvo sin duda el Champion des dames, de Martín le Franc, que no contaba menos de 24.000 versos.
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