punto de vista, ha estimado muy por lo bajo la concepción del matrimonio medieval.
No comparto el punto de vista de ambos au- tores, ni el de Gróber, entre otros, por su excesiva severidad. A la vez reconozco, no obstante, que podrían sacarse de los escritos medievales otros muchos pasajes referentes a la poca estimación que se hizo de la mujer, y a la idea frívola que se tuvo del matrimonio. Pero hay que tener en cuen- ta otros pensamientos, y con ellos se llegaría a una fórmula más justa. Con las mismas armas, sirviéndose de citas de algunos de nuestros poe- tas, filósofos y pedagogos — intencionalmente prescindo de los médicos —, e incluso de las ma- nifestaciones del feminista francés Cornély, del filósofo Augusto Comte y del historiador Mi- chelet, se podría llegar a la conclusión de que es- tos escritores acreditan el menosprecio de la mu- jer moderna por los espíritus directores.
En un librito estimable sobre la antigúedad cristiana y nuestro tiempo, dice, resolviendo el problema en pocas palabras, Juan von Walter: «La vida de la mujer en la Edad Media termina con una disonancia estridente.» ¿Por qué? La mu- jer medieval era devota y mundana. «Al ideal de la monja no quería ni podía renunciar; la vida del siglo no quería ni podía abandonarla.» Seme- jante razonamiento anula toda concepción histó- rica. La lucha entre una vida ideal y una vida
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