medades en la antigiedad. Aun después de la di- fusión y perfeccionamiento de la clase médica, conservaron las mujeres la especialidad de Gi- necología y Partos. El reconocimiento ginecoló- gico detenido le estaba vedado a los médicos me- dievales, y rara vez se dedicaron a esta rama. Guido de Chauliac dice en una de sus obras, en el siglo x1v, que no se detiene sobre la Ginecolo- gía por dedicarse a ella generalmente las muje- res. Así floreció en el milenio primero, como puede probarse, el oficio de comadrona, al que muchas veces se incorporó el de curandera de to- dos los males, con su característico charlatanis- mo. En las ciudades alemanas hubo, hacia 1500, mujeres asalariadas que practicaban esta sabi- duría. Verdaderas médicas salieron primero de la escuela de Salerno, como Trótula, y después de la de Montpellier, como la hija del célebre médi- co Gerardo de Narbona. Con frecuencia siguie- ron, sin duda, el oficio del padre los hijos de los médicos, llegando a formar verdaderas dinastías médicas. Pero también tuvieron otras una for- mación distinta, como lo prueba la competencia entre una médica cirujana que curó a un monje leproso un cáncer de la boca y otras mujeres procedentes de Salerno y de Montpellier. En un libro de documentos de la Universidad de París se observa el hecho característico de que las nu- merosas mujeres que se dedicaban a curar fueron
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