encomendadas al cuidado del señor. Después aparecieron los mismos problemas en las ciuda- des, y en ellas ofrecieron los nuevos monasterios asistencia a las mujeres de la clase ciudadana y del patriciado. Los motivos determinantes de estas fundaciones fueron varios: a las angustias y preocupaciones visibles se unieron los senti- mientos religiosos. En esos establecimientos en- contraba el corazón apartado del mundo la tran- quilidad espiritual, el estímulo religioso y la vida de comunidad. Tampoco faltó en ocasiones la posibilidad de ejercitarse manualmente; más de una vez, los productos elaborados en estos esta- blecimientos entraron en concurrencia con los fabricados en la ciudad.
No todas quisieron, sin embargo, profesar. Para las mujeres solas, acomodadas, así donce- llas como viudas, la solución más adecuada fué la adquisición de una renta vitalicia u otro con- trato parecido, que se ha comparado muy justa- mente con el seguro de vida moderno. Otras veces se reunían en una vida colectiva, de tipo religioso, sin necesidad de sujetarse a las impo- siciones de una regla, conservando mayor liber- tad de movimientos y de ordinario bajo la direc- ción de un fraile, generalmente de la orden de los dominicos. Sabido es que algunas de estas asociaciones tuvieron gran importancia en el des- arrollo espiritual de la baja Edad Media, en la
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