en la rigidez que imprime a las mismas figuras femeninas. Ahora, en cambio, nos impresiona vivamente la innumerable riqueza de rostros y fisuras graciosos de muchachas y mujeres in- olvidables. La fantasía de los artistas realiza el ideal de la belleza femenina en tal forma que po- dría hablarse de un rasgo femenil en el arte del Renacimiento.
La ciencia misma se ocupa ahora de la mujer; se filosofa sobre los ideales, sobre la cultura y sobre la misión de la mujer en la vida y en el matrimonio. El humanista persigue la huella de griegos y romanos; el epicúreo se embriaga con las figuras horacianas; el estoico encuentra su ideal en la mujer casera descrita por Jenofonte; Leonardo Bruni quisiera hacer de cada noble dama una Aspasia o una Safo, para que con bri- llo cenital presida los coloquios de los hombres cultos.
El ideal de la mujer cristiana en el Renaci- miento. — El ideal de la mujer cristiana, si no desaparece, pasa a un segundo término. A me- nudo surge como patrón consagrado en los Es- pejos de principes o en obras parecidas; pero le faltan los nuevos trazos impresionantes, cosa sot- prendente si se piensa en que muchas mujeres in- fluyentes trabajaron obstinadamente, de una ma- nera directa o indirecta, para oponerse al triunfo de las concepciones absolutamente mundanas de
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