cristiana anterior, ni con el de la mujer moder- na. Así lo expone con claridad casi espantosa F. V. Bezold en su retrato de Isabel de Este- Gonzaga. Nuevas publicaciones nos permiten asomarnos a la vida espiritual de esta mujer «do- tada por la naturaleza casi con exceso, y cuya extraordinaria personalidad, cuya fama inmacu- lada, en la peligrosa sociedad italiana de su tiem- po, se consideró casi inviolable». ¡Cuántas impu- rezas esta «virtuosa» mujer hubo deleer y oír en sus relaciones con sus íntimos! Paso por alto a Lucrecia Borgia.
El Cardenal Próspero Colonna describe en cierta ocasión a su tía, la excelsa Vittoria, la manera cómo la juventud italiana distinguida se representaba el ideal de la mujer. Comienza con la situación en los siglos anteriores, y su reper- torio de hostilidad a la mujer le procura mate- rial abundante. La mujer, según ésto, es un ser absolutamente imperfecto, una creación de se- gunda clase, incapaz para el desempeño de cargo alguno y sólo propicia a las indiscreciones. ¿No dicen la Biblia y Platón, unánimes, que el hom- bre es el prototipo de la creación? Pasa después el cardenal a ocuparse de la otra concepción. Enu- mera las figuras de mujeres clásicas que habían dominado al mundo. Describe a las belicosas amazonas; cuenta que en el canje de prisioneros se daban por cada mujer balear tres o cuatro
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