do pueda hacerlo sin peligro, aprenda el Cantar de los Cantares.
Es interesante, por lo pronto, el método de enseñanza. Se aduce en forma de ejemplos va- rios. A través de todo el procedimiento fluye como una corriente de cordialidad, algo caracte- rísticamente maternal, delicado, cariñoso. Así tropezamos con las ancianas abadesas en los exámenes medievales; vemos asomar a sus ojos la satisfacción radiante ante una contestación afortunada; las vemos acariciar y hacer dádivas a las niñas, y en los duros giros del latín se per- ciben todavía las exclamaciones gozosas de las afortunadas. Más de una anécdota revela cómo la ambición inflama los corazones infantiles, y el anhelo de premios produce ingenuas consecuen- cias. No falta en ocasiones tampoco la palmeta, la vara, el castigo, tan generalizado en aquel tiempo. El mismo Jesús, según refiere el cro- nista de su niñez, recibió palmetazos en la es- cuela, por su prodigioso y prematuro saber, al querer explicar el sentido de la primera letra, aleph.
Dero más importante es aún el plan de estu- dios. «El punto decisivo es la extraordinaria esti- mación de las Sagradas Escrituras en aquel tiem- po. La narración bíblica sustituyó a los cuentos infantiles, y el canto de los salmos y de las alelu- yas, a las canciones infantiles del paganismo. El
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