ber vivía la anglosajona Lioba, corresponsal del apóstol de los alemanes, al frente de la escuela del monasterio. Según referencia de sus biógra- fos, poseía una cultura teológica perfecta. El apogeo de la cultura monástica corresponde al tiempo de los Emperadores Otones y Salios; basta para reconocerlo con recorrer los manus- critos de diferentes bibliotecas, escritos y redacta- dos por canonisas de diferentes fundaciones del siglo x1. Estas mujeres conocían Ovidio, Hora- cio y Virgilio mejor que muchos filólogos de nuestros días. Con facilidad componían versos latinos para un amigo-docto, que les proponía temas poéticos y sostenía con ellas correspon- dencia poética. Todos conocen hoy el nombre de la visionaria Hildegarda de Bingen, que descri- bió sus visiones, de gran profundidad filosófica, y dirigió cartas a los Papas y Emperadores, que le habían pedido consejos. Sus colecciones de Me- dicina y de Ciencias Naturales todavía maravi- llan hoy a los especialistas. También es conocido el nombre de la religiosa Herrad de Landsberg, que escribió en el monte Odilio, en Alsacia, uno de los libros más importantes para la historia de la cultura pretérita, el Hortus deliciarum, en el que con sorprendente afán de saber extractó to- dos los escritos, tanto sagrados como profanos, de su monasterio, enriqueciendo sus resúmenes con glosas alemanas y adornándolos con muchas
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