estampas deliciosas. Ein el otoño de 1870 pereció esta obra, con ocasión del sitio de Estrasburgo, en un incendio. Las religiosas fueron, durante cierto tiempo, las más hábiles escritoras de códi- ces. Ya Cesáreo de Arlés ordenó en el siglo vi que las monjas se consagrasen a escribir libros eclesiásticos; y de siglos posteriores son familia- res a los paleógrafos los nombres de las religio- sas Dimudis de Wessobrunn, Guta de Schwar- zenthann, y de la erudita Leocadia de Mallers- dorf. Habilísimas bordadoras, fabricaron hermo- sos tapices de figuras, que aún hoy se admiran en islesias y museos. Cuando reproducen cuadros de las leyendas heroicas consiguen, sin indiscre- ción, exaltar su sexo, y siempre se caracterizan por una delicada espiritualidad. Harlinda y Rei- nilda son festejadas en la leyenda como «reinas de las artes femeniles»: cantaban, escribían, pin- taban, tejían y bordaban, todo a la perfección. Rotswit de Gandersheím. — En este grupo de religiosas ilustres y cultivadas, brilla, de pronto, en la época de los Otones, una mujer verdadera- mente genial, una poetisa, por la gracia de Dios, una monja alemana entregada al ideal de la vida monástica, y de la que no se sabe otra cosa sino que vivió y murió en el monasterio que aquellos emperadores tenían en Gandersheim, relaciona- da con la familia imperial. Rotswit es la primera y casi la exclusiva representante del drama en la
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