yecto de educación de un publicista francés, de los tiempos de Felipe el Hermoso, y muy nombrado modernamente. Dedro Dubois pretendía reducir a unos pocos los monasterios, y fundar, con los medios económicos de los institutos suprimidos, escuelas de muchachas y, sobre todo, de niñas. La enseñanza debería empezar a los cuatro años. Algunos cursos después sabrían tanto latín como es preciso para dominar este idioma culto. La mayor atención se consagraría, sin embargo, al aprendizaje del griego, hebreo, árabe y otros idio- mas orientales. La educación terminaría con la enseñanza, a los varones, de la Lógica y la Teolo- gía, y a las hembras, de la Medicina. Estas jóve- nes no estaban destinadas a tomar los hábitos, sino que el audaz reformador quería con ellas conquistar el Oriente, destinándolas a ser las es- posas de los clérigos orientales — a quienes el matrimonio es permitido — y de los nobles sarra- cenos. Sus conocimientos médicos y su comporta- miento ideal habría de hacerles ganar la confian- za del mundo mahometano. En una palabra: serían estas mujeres las introductoras del catolí- cismo frente a los cismáticos y musulmanes. Semejante pensamiento hubiera sido inconce- bible en la alta Edad Media. Pudo ahora surgir porque la cultura primitiva de los monasterios había sufrido, desde los siglos x11 y xI11, una ra- dical transformación. Comienza la gran sabiduría
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