de los varones, concentrada en la Escolástica, y queda en segundo término la de las mujeres. Desde luego, esto no sucede inmediatamente, sino poco a poco, a través de varias generaciones. También los siglos x11 y xmm conocieron monjas muy cultas, aunque no fueran un prodigio de sabiduría; así, por ejemplo, Hildegarda. Con todo, las antiguas órdenes, en las que principalmente estuvo representada la mujer, perdieron efectiva- mente parte de su cultura intensiva; si las comu- nidades de varones habían envejecido, no podían librarse los monasterios de religiosas. En los úl- timos siglos de la Edad Media, las monjas ilus- tradas del tipo antecedente se hacen cada día más raras. Nueva vida aportan las fundaciones de órdenes mendicantes a sus congregaciones feme- ninas. Piénsese en las representantes de la mística entre las dominicas, con sus profundas especula- ciones. Pero el tipo es otro: los idiomas naciona- les, las nuevas formas de la contemplación y de la filosofía contribuyen a ello. Bien puede decirse que la educación de la mujer, desde el siglo xu, comienza una perceptible bifurcación: por una parte, la cultura conventual y sus dependencias, con manifiestas modificaciones acá y allá, y por otra, una nueva forma de cultura para la mujer laica. Acaso en este último aspecto, aun más que lo antedicho, influya un nuevo elemento. Conmociones espirituales hacia 1100. — Los
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