Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/63

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He aquí cómo yo lo concibo. Todas las formas de la cultura tienen que enfrontarse con este pro- blema: «¿En qué relación aparecen Dios y el mundo?» Caben dos posiciones extremas: fundir Dios y el mundo como nociones asociadas que se corresponden en todos los rasgos religiosos do- minantes, o separar Dios y el mundo en tal for- ma que no tengan entre sí nada de común. La primera representa la modalidad de la cultura de la alta Edad Media, por cuanto nos es conocida precisamente merced a las fuentes eclesiásticas. Sin duda, se encuentran indicios varios de otra concepción; aparecen éstos en la antigua cultura inglesa, en los cantares de los peregrinos y en la antigua poesía caballeresca. La segunda posición la defienden, como es sabido, las modernas co- rrientes culturales. El problema, para nosotros, es éste: ¿A partir de cuando tiene lugar una escisión entre Dios y el mundo, escisión que por lo pron- to no necesita ser antagonismo y que puede in- terpretarse como una especie de limitación? ¿Dón- de están las primeras huellas de un sentimiento laico, tan poderoso que llegue a la formación de una cultura laica? Por lo conocido hasta ahora, sólo de la primera cruzada arranca este movi- miento, que tiene lugar, precisamente, en el me- diodía de Francia, territorio entonces el más floreciente de Europa. Los provenzales fueron los principales conductores de la primera cruza-

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