o en sus castillos. Había una distinción esencial: señores y siervos. Los últimos no participaban en la educación imperante. Sólo en la baja Edad Media, cuando las ciudades inician su desarrollo cultural, aparecen los burgueses, en sus dife- rentes clases, dentro del círculo de las personas cultivadas del tiempo. Incluso el campo raso y en él los aldeanos, muestran en estos últimos siglos necesidades culturales. Así lo prueban anécdo- tas impresionantes de los cuentistas monacales, como Tomás de Chantimpré. Y al comienzo de la Edad Moderna pudo la esposa de un pintor, la madre de Juan Butzbach, escolar ambulante, repasar a su hijo los vocablos latinos. Y por sa- ber algún latín, pudo sorprender que un día le repetía su hijo Juan los mismos vocablos que el día anterior.
En la adquisición de la educación intelectual durante la Edad Media, en cuanto fuese de na- turaleza eclesiástica-conventual, gozaba la mujer de la misma libertad que el hombre. Esto no obs- tante, y a pesar de la diligente actividad científi- ca, a pesar del nivel relativamente elevado de la educación de los monasterios, y aunque hubo, desde luego, en la Edad Media figuras relevantes de mujeres, no existió ninguna verdaderamente genial, que, por ejemplo, llegase en la escolásti- ca al nivel de Alberto Magno o de Santo Tomás de Aquino, o en la literatura a la par de Wal-
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