Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/87

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El mismo admirado emperador se dedicó a per- suadir en las Cortes de Constanza al gúelfo En- rique, el León, de que se separase de su esposa, la noble Clemencia Záhringer. Según las cróni- cas, Clemencia fué siempre una esposa fiel; du- rante las repetidas expediciones guerreras de su esposo había administrado el país de Sajonia con toda diligencia, y obtuvo por ello alabanzas, pero su falta había sido la de no haber dado hijo alguno a su marido, y esto era lo que tenía que purgar. Uno de los más horribles capítulos de la política y de la vida pública durante la Edad Media son estos innumerables divorcios de prín- cipes, sin más razón que el humor, el capricho y el interés. ¿Qué podían la doctrina cristiana, qué la Iglesia misma, tan poderosa en otros órdenes, con sus admoniciones, frente al ímpetu de es- tos hombres? La excomunión e interdicción eran castigos que recaían más sobre el país que sobre los soberanos mismos, y tanto se abusó de ellos, que llegaron a ser armas inofensivas. Así conti- nuó la confusión en la vida familiar y en los ma- trimonios de las casas reinantes, las esposas sin culpa repudiadas y maltratadas fueron casos tan frecuentes como la insubordinación y levanta- miento de los hijos contra los padres.

Felipe Augusto e Ingeborga. — Davidsohn, y recientemente A. Cartellieri nos han descrito en forma conmovedora el trágico destino de la prin-

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