Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/88

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cesa danesa Ingeborga, a la que Felipe Augusto de Francia repudió al primer día de sus bodas. Impresiona la súbita catástrofe de las esperanzas que en una vida dichosa pusiera la joven prince- sa nórica; pero más impresionante es todavía la lucha estéril de la repudiada por sus derechos. Los contemporáneos no supieron encontrar otro motivo para comprender el odio que despertó en el rey la joven y hermosa desposada, que la in- tervención del demonio, hechizos y artes de bru- jería.

Contra la imputación más grave, la de una mácula en su honor virginal, protege a Ingebor- $a la alabanza de su castidad, hecha por hom- bres serios en tiempos posteriores. También erró- neamente, con seguridad, se han sospechado ra- zones políticas de la inesperada ruptura. Hemos de atenernos a alusiones oscuras hechas por el mismo Felipe — parte en la contienda — al Papa unos veinte años después. Felipe quiso devolver Ingeborga a los embajadores daneses. Estos se negaron a llevarse a la hermana de su rey con el ultraje que se le hacía. Ingeborga misma quiso permanecer; prefirió mantener su derecho y de- fender la posición adquirida por el matrimonio, luchar y sufrir. Era joven e inexperta. Ahora bien, las razones de la actitud del rey quedan ab- solutamente ignoradas. Mucho tuvo que sufrir la desventurada. Ante la Asamblea de unas Cor-

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