mendables; unas veces, gracias a su mediación, solicitada; otras, por propia iniciativa. Cuando se perseguía la consolidación de la paz entre dos partidos rivales, sí uno de los soberanos estaba en edad matrimonial, se le buscaba entre las hijas del enemigo una esposa. En otros casos se enla- zaban los hijos respectivos de ambos príncipes. Muchas veces se logró con ello el objeto persegui- do, aunque no siempre. En algunos casos, la po- lítica pontificia logró un matrimonio sin ventu- ra y un resultado político nulo. Destacan como casamenteros Bonifacio VIT y Juan XXIT. Nápoles y Aragón habían combatido duran- te años enteros. Se trataba de recuperar la esplén- dida isla de Sicilia, que habían perdido los Anjou en las vísperas sicilianas. La sangre había corrido a raudales, los pueblos estaban empobrecidos y desiertos, cuando Bonifacio VIII consiguió impo- ner la paz. El rey aragonés, contraídos esponsa- les con la hija del rey de Castilla, niña educada en su corte como su prometida, y que sólo espe- raba la edad oportuna para casarse, y a la que se dirigía en sus cartas llamándola carissime con- sorti, tuvo que devolverla, con gran indignación de Castilla, al hogar de su madre, para casarse con la joven de Anjou. Cierto que tuvo una mu- jer amable y bondadosa que nunca olvidó; veinte años después de haberla perdido, todavía la re- cordaba. Pero mientras tanto, la política había
—%-—
