gios — dice Hellmann— son frecuentes matrimo- nios entre niños, o entre niños y adultos, y las diferencias de edad entre los cónyuges llegan a límites grotescos. Estas prácticas continúan en tiempos posteriores. Adelaida, la hija del rey de Inglaterra, tenía ocho años cuando se desposó, el año 1110, con el rey y emperador alemán Enri- que V.
La hija del rey Lotario, Gertrudis, tenía doce años, en 1127, al celebrar sus bodas con el du- que Enrique de Baviera. El rey Luis de Francia desposó, en 1158, a su hija, todavía en la cuna, con uh hijo del rey Enrique de Inglaterra que tenía tres años. Sabido es también que Santa Isabel de Turingia y Luis, su esposo, eran casi niños cuan- do celebraron sus bodas. Repetidas veces he tro- pezado en los archivos extranjeros con instruc- ciones de embajadores en las que al mismo tiem- po que se registra la fecha de nacimiento de un hijo de un rey, se expresa, en forma más o menos diplomática, el deseo de establecer próximas rela- ciones de parentesco. Dero el caso más extraordi- narió es el de Clemencia, la viuda del rey Luis X de Francia, y su hermano político Felipe V; am- bos habían convenido que el hijo o hija que na- ciese de Clemencia habría de desposarse, según el caso, con una hija o hijo de Felipe, y, al mis- mo tiempo, puesto que se trataba de parientes, sin esperar al nacimiento solicitaron la licencia
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