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El canto de las sombras


ni los cisnes hunden sus picos de rosa eruzando el estanque de dormidas aguas.

Solo entre el follaje, su silueta verta alzan incansables las mudas estatuas, bajo los suspiros de lampos lunares, insensibles siempre al Eros que pasa.

Y la esencia suave de la princesita que entre regias pieles de gacelas vaga... Al irse, han quedado sus alientos tibios como incienso en nube que adormece el alma.

¡Qué ingrato que ha sido el juglar doliente que llegó una tarde de tierras extrañas!... Qué ingrato que ha sido; pero oh! cuán divino evocó aquel día sus trovas lejanas!



Con que intensa angustia cantó sus amores, cuánto lamentóse su vida gitana! Qué ingrato que ha sido; pero oh! cuán inmensa en voz tan profunda debió haber un alma!

Todo está desierto! Sobre las ojivas ese niño ciego del Amor aguarda... El príncipe muere, muere contemplando la flecha siniestra que agita en sus alas!