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El canto de las sombras


EL RETRATO DE LA ABUELA

Siempre en el mismo sitio, nunca ha cambiado. Es el altar silente de nuestra sala, y aunque se modernizan todas las cosas jamás él se ha movido de donde estaba.

Allí, junto al respaldo del piano oscuro, silencian sus ojazos una plegaria, y aún cuando ya no tiemblan esas pupilas, yo vivo en lo profundo de su mirada.

Como de alguna virgen. surge impalpable del fondo claroscuro, su tez de nácar. Y en su conjunto tiene todo lo inmenso, todo el poema triste de las beatas.

Debió ser muy graciosa! Me la imagino eruzando por las huertas, núbil muchacha, con dos trenzas muy negras sobre los hombros y jugueteando al viento sus níveas faldas.

Musa de mis cantares más infinitos, hubiérale a los bosques robado el arpa para arrullar el ritmo de sus ensueños, porque debió ser tierna como una lágrima!

Bordan su esbelta frente confusos bucles, al cuello le circunda negra corbata, y en el arrobamiento de un imposible parece que sus labios interrogaran...

Y yo vivo el enigma de esa existencia monótona y sombría de yerta estatua, tan tétrica y divina, tan muda y leve, como sólo un creyente la imaginara;

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