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III.


A la señal convenida se habian sublevado los facciosos, y entrado por Castilla el rey de Portugal, capitaneando veinte mil hombres. Marchaba á cortas jornadas con aparato insolente, dando fiestas como un conquistador despues de sus victorias, y sin preocuparse lo mas mínimo del ejército español, porque sabia que Isabel estaba sin tropas, ni dinero, y ademas molestada con las fatigas propias de un embarazo adelantado.

No conocía á la mujer.

Isabel pasaba los dias y las noches á caballo, espidiendo correos, y acudiendo á reanimar el valor en los ciudades del mediodia, mientras Fernando por su parte levantaba tropas apresuradamente. Vestida con su traje de guerra, y llevando á la cintura su récia espada toledana,[1] toma el mando de las milicias de Avila y Segovia; pero mas escaso andaba el dinero que las armas, y los abastos que los soldados; por que despues de haber enviado á su marido diez mil marcos de plata, que le remitió su amiga doña Beatriz de Bobadilla, no le quedaba ni un ducado para los gastos de la campaña. En este aprieto sujirió el rey de Aragon á su hijo un espediente, que no podia aceptar la leal Isabel.

La princesa que, desde la cárcel de Arévalo, habia encontrado siempre consuelo y apoyo en el episcopado, hizo un noble llamamiento á su patriotismo en las cortes de Medina del Campo, pidiéndole un emprés-

  1. Esta espada récia y elegante, obra maestra del armero Antonius, no tenia sino un guardamano de acero bruñido, adornado al gusto árabe, y en la hoja estas divisas: Deseo siempre onra. Nunca veo paz conmigo. La armeria real de Madrid, t. I. núm. 16.