Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/281

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su pródiga mano; combinaciones que, sin que entrasen en ellas la belleza de las flores, su aroma, y el canto y plumaje de las aves, bastarían para humillarlo, se siente confundido, anonadado, pues las fuerzas de la naturaleza se desarrollan en ella de un modo colosal y ciclópico. Lo fuerte de las emociones corresponde á la magnificencia de la perspectiva.

Hoy, familiarizados por trescientos años de esperiencia con estas producciones, entonces desconocidas, no podemos comprender la impresión que causaría semejante variedad, vista de una mirada, porque la poesia y los misteríos de lo desconocido iban unidos á la sazón con los encantos de la forma revelada.

Consideraba Cristóbal Colon con santo respeto y reconocimiento aquella manifestación, de todo punto nueva para la humanidad, y su éxtasis al contemplar las obras del criador se igualaba al inocente embeleso del primer amor, reasumiendo de antemano con virjinal ternura las sensaciones que habia de esperimentar la posteridad su legataria en tan opulenta herencia. Ningún mortal sintió nunca en su alma regocijo semejante al que allí conmovió al elejido de la providencia. Lo sublime de la obra acrecentaba el mérito de la cooperación con que el señor lo honrara, ponia de relieve el encumbrado carácter de su misión y lo elevaba sobre sí mismo.

A la hora de las doce de la mañana, estando recorriendo Colon en un bote las orillas de la rada, descubrió el rio lleno de armonías, y escondido cual un secreto de hermosura al S. del puerto. Sorprendido y casi atemorizado de su esplendor y majestad, y temblando de admiración, se lamentó de haber quedado sin fuerzas para espresar la milésima parte de su asombro, y dijo á los reyes, que tuvo un momento en que creyó le faltase aliento, para desviarse de un paraje tan encantador. La amenidad de este rio, anadia como para justificarse, la claridad del agua, que permite entrever hasta las arenas del fondo, la multitud de palmeras de