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LVIII

Colon fervoroso discípulo del verbo, sostenido por una fé ardiente y robusta, se maravilló de la magnificencia de su creador, y su contemplacion rebosando encantos y poesia se dirijió al cielo como un himno, con las dulces melodias de aquellas nuevas rejiones. Humboldt; á pesar de sentir en su alma las impresiones repetidas de las bellezas de la tierra, nunca perdió la sangre fria del filósofo observador, ni se dejó arrastrar fuera de los límites de lo aparente. Mientras Colon en sus esploraciones descubria á cada paso la mano del señor su bienhechor y dueño; Humboldt no ha conseguido hallar sino las grandes fuerzas de la naturaleza, las leyes de la naturaleza, la majestad de la naturaleza.

Colon tenia fé implícita en lo providencial, y en el poder divino que se manifestaba en él y por él. La comunicacion de lo invisible con lo terrestre, la influencia de lo inmutable, sobre lo amovible y lo accidental eran para él una verdad. Sus emociones, se proporcionaban á lo inmenso de su obra, sin apartarle por eso de su objeto, la gloria del verbo hecho carne: y en su nombre se lanzaba á los espacios convidado por Dios para revelar los misterios de lo desconocido y lo infinito.

Humboldt por el contrario; como nada quedaba que descubrir, pues la forma y la estension de nuestro planeta se conocian con exactitud, no pudo aspirar sino á comprobar ciertas esplicaciones meteorolójicas, á enriquecer la flora universal y colecciones de mineralojia, á sorprender tal vez los indicios de alguna ley jeneral del globo, y á describir su fisonomia cósmica.

El ilustre Humboldt habria querido ser Colon, sino hubiera sido Humboldt. En mas de una ocasion pa-