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había en este gran misterio, sino lo que todos sabían y podían deducir. Lo único misterioso en este acto, que la imaginación se ha empeñado en rodear de accidentes dramáticos, son los móviles secretos que impulsaron, ó más bien dicho, impusieron su abdicación, los cuales no están consignados en ningún documento, como que tuvieron su origen en la propia conciencia, en que éllos guardó, y que el tiempo ha puesto de manifiesto.

Entre los papeles del General San Martín hay algunos de más ó menos importancia que pudieran relacionarse con las revelaciones por él anunciadas, y en particular una serie completa y arreglada por él mismo, en que consta una denuncia de tentativa de conjuración de varios jefes del Ejército de los Andes contra su poder y contra su vida, misterio histórico de que hacen referencia vaga algunos escritores y que otros relatan incorrectamente. Estas y otras causas análogas, obraron también en su ánimo al abdicar el mando; pero fueron meramente concurrentes, pues la actitud de Bolívar y el estado de la revolución del Perú en la situación en que entonces se encontró, fueron las principales causas determinantes, que se imponían por sí y explican todo natural y racionalmente.

La resolución de San Martín de guardar silencio durante su vida, —quebrantada indirectamente sólo una vez al comunicar la carta dirigida á Bolívar y autorizar su publicación, —fué la regla que voluntariamente observó,y todo demuestra, que después de su pasajera veleidad de Bruselas, en que él mismo dice que «se le había exaltado la bilis», no pensó después jamás en escribir Memorias ni defensas, y sólo por escepción en legar á la posteridad datos ordenados sobre el particular.

Citaremos en comprobación de ésto, dos hechos, que se ligan con el asunto de su archivo.

De todos sus papeles, los únicos regularmente organizados son los que se refieren á sus relaciones con lord Cochrane, con copias confrontadas bajo su inspección y anotaciones de clasificación de su puño y letra, lo que indicaría ser este uno de los asuntos que más le interesaba, como si previese las iracundas Memorias que escribiría su antiguo y heróico compañero y su enemigo encarnizado aún más allá de la tumba. En cambio, cuando en 1832 se publicó en Buenos Aires la «Memoria-Historia» del coronel Arenales, sobre la segunda