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PATAGONIA.

Mlis¡o€üÍ0 por espacio ie dos é tres ^iás, la ag<»iia del gsrnado espirando fasyo la oiicbHla del carnice^ , la ra^ bia de los aue intentan sustraerse á lalnuerley ios clamores lejanbsdelos operarios, dan á esta escena un carác- ter aterrador. Caufta súinoascoel ver ocho ó diez hombres provistos de su t^rrespondienie cuchiJla,de^llando los unos j^ despedazando ios otros una porción de animales , cuyos iníemoros desparramados sirven de juguete á los operarios j de presa á JOS perros y aves de rapiña, atraídos aUí por la esperanza del botín. Yo presencié una de esas reunió* hes fortuitas de aves que no se alimentan mas que de carties muer- tas. Vense siempre al rededor de una habitación una infinidad de calarlos tirubu y aura, los buitres de aquellas rej iones, y grandes y pequeños cará- caras que viven de los desechos de los habitantes ; pero estas aves nun* ea pasan de veinte a treinta, á menos que se mate un animal , porque en- tonces se reúnen en lin numero con- siderable hasta que apuran tx)do el sitstento. Un día en que se empesó la matanza en «I saladero aparecieron por la mañana como una docena de estos parásitas del hombre ; el cebo de la carne atrajo mayor número en muy poco tiempo , reuniéndose en pocos dias todas las aves de rapiña de mas de treinta leguas á la redon- da. Aumentábase por instantes la multitud, tanto que á media matan- za podían contarse muchos miles dé umbus, caráctiras, auras y chiman- gos que se disputaban con grandes gritos los restos descamados de las reses.Estasaves se movían apenas á la aproximación del Iwmbre , 3; al dis- parar un tiro se remontaban imitan- do el estruendo del rayo con, sus alas, que ocultaban el sol por su disformidad. £n Buenos- Aires, don- de 00 hay urubus , e^án cubiertos los saladeros de gaviotas blancas que «e alimentan también de las reses muertas. Al concluirse los alimentos , se dispersan estas reuniones de aves, no volviendo á comparecer hasta otra matanza. En medio de su rapacidad 9on de suma utilidad , pues á no ser ^por ellas los cuerpos de k» animales É»a»donado& en el muladar podrían acarrear una dañina peste con lu pu- trefacción. I^ Patagonia m muy abundante «n aves, pero no tienen el pluma^ je tan hermoso y variado como las que habitan en otras rejiones de América. El avestruz , que es muy numeroso en el norte, es mas peque- ño que el de África, del qial difiere además por tener cuatro dedos en los pies, dos delante y uno atrás, por ser sus plumas cenicientas y tener la cabeza como una oca. Su nombre índijeno es ñandú. Pone sus huevos por octubre y noviembre en los sitios mas silvestres, cubriéndolos tan solo por la noche, ya el macho ya la hem- bra. Cuentan los habitantes que<3uaa- do los huevos están ya empollados , rompe los huevos tel mismo avestrtí» para atraer á las moscas y alimentar con ellas sus polluelos. Él rasgo mas característico de esta ave es su estrema curiosidad. Cuando está do- mesticado suele colocarse en medio del círculo de las personas que están hablando para mirarlas mejor ; estff instinto le es muy fatal en los montes porque entonces le sorpren- de el couguar sin que pueda esca- par. Ix)s naturales . del país buscan con ahínco la carne del avestruz: oi Gauchos comen la pechuga, á la que llaman picaifilta. Los huevos se ven- den entodo el país y hasta en Buenos- Aires y Montevideo. Las plumas del ñandú no son ni con mucho tati her- mosas como las del avestruz afrícano, y por lo tanto solo se emplean para escobillas. La caza de este pájaro se hace á caballo, siendo muy diestros en ella los habitantes. Es muy difícil cojer al avestruz porque huye al mas lijero ruido. Desde el momento en que se le divisa se debe dar rienda suelta al. caballo y dar tras él continuamente hasta aue esté á tre- cho de echarle al cuello el lazo que con tanta aiilidad arrojan los Gau- chos. Sucede muchas veces que vién- dose cercado por los cazadores , in- tenta picar al caballo con una espe- cie depua que tiene en el ala, y cuan- do ha perdido toda esperanza se me- te entre las piernas oe los corceles , que arr(>jan asustados á los jinetes