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Los perseguidos

con su máquina, servía el café y se iba, no sin antes echar á la calle una mirada distraída. Díaz continuaba desganado, lo que me hacía creer que cuando lo detuve en Charcas pensaba en cosa muy distinta de acompañar á un loco como yo...

¡Eso es! Acababa de dar en la causa de mi desasosiego. Díaz Vélez, foco maldito y perseguido, sabía perfectamente que lo que yo estaba haciendo era obra suya. «Estoy seguro de que mi amigo—se habrá dicho—va á tener la pueril idea de querer espantarme cuando nos veamos. Si me llega á encontrar fingirá impulsos, sicologías, persecuciones; me seguirá por la calle haciendo muecas, me llevará después á cualquier parte, á tomar café» ...

—¡Se equivoca com—ple—ta—men—te!—le dije, poniendo los codos sobre la mesa y la cara entre las manos. Lo miraba sonriendo, sin duda, pero sin apartar mis pupilas de las suyas.