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Historia de un amor turbio

Díaz me miró sorprendido de verme salir con esa frase inesperada.

—¿Qué cosa?

—Nada, esto no más: ¡se equivoca comple—ta—men—te!

—¡Pero á qué diablos se refiere! Es posible que me equivoque, pero no sé... ¡Es muy posible que me equivoque, no hay duda!

—No se trata de que haya duda ó que no sepa; lo que le digo es esto, y voy á repetirlo claro para que se dé bien cuenta: ¡se e—qui—vo—ca com—ple—ta—men—te!

Esta vez Díaz me miró con atenta y jovial atención y se echó á reir, apartando la vista.

—¡Bueno, convengamos!

—Hace bien en convenir porque es así insisti, siempre la cara entre las manos.

—Creo lo mismo se rió de nuevo.

Pero yo estaba seguro de que el maldito individuo sabía muy bien qué le quería de cir con eso. Cuanto más fijaba la vista en él, -