más se entrechocaban hasta el vértigo mis ideas.
—Dí—az—Vé—lez... — articulé lentamente, sin arrancar un instante mis ojos de sus pupilas.
Díaz no se volvió á mí, comprendiendo que no le llamaba.
—Dí—az—Vé—lez—repeti con la misma imprecisión extraña á toda curiosidad, como si una tercera persona invisible y sentada con nosotros hubiera intervenido asi.
Díaz pareció no haber oido, pensativo. Y de pronto se volvió francamente; las manos le temblaban un poco.
—Vea,—me dijo con decidida sonrisa.Seria bueno que suspendiéramos por hoy nuestra entrevista. Usted está mal y yo voy á concluír por ponerme como usted. Pero antes es útil que hablemos claramente, porque si no no nos entenderemos nunca. En dos palabras: usted y Lugones y todos me creen perseguido. ¿Es cierto ó no?