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Historia de un amor turbio

todo. Sentialas temblorosas, sin fuerzas, calientes. Las extendia — ó más bien las deponía —sobre la mesa, buscando á cada rato las partes frías. Esta sensación le era muy dolorosa.

No podía tenerlas libres; necesitaba apoyarlas sobre algo para que dejaran de temblar. Sentia la boca amarga y llena de espesa saliva que deglutía monótonamente.

Una hora más tarde empezaban las palpitaciones de corazón, zumbidos de oídos y llamaradas de calor á la cara. La piel de los muslos se le erizaba de frío, irradiando el chucho á todo el cuerpo. En este estado le era ya imposible estar de pie y se tendía vestido en la cama, envolviéndose hasta la cintura en mantas. Al rato, los chuchos cesaban, calentábansele los pies y las manos dejaban de temblar. Lo que persistía eran las palpitaciones del corazón. Casi siempre tenía que acostarse del lado izquierdo, pues así las sentía menos. Pero en el oído que apo-