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ANTÓN P. CHEJOV

aspecto triste, su suerte en el juego y otras cosas semejantes. Hasta tiene el descaro de aprovecharse de su calidad de amigo íntimo para regañar a su mujer por lo mal que cuida a su esposo. Entre tanto, ella se ríe, le mira con aire afable, charla...; el diablo en persona no hubiese puesto en duda su fidelidad.

Al regresar, León Savitch siéntese descontento, como si en vez de ternera le hubiesen servido para cenar un chanclo viejo. La charla de su esposa no le permite olvidar lo de pavo, etc.

—¡Le hartaría de cachetes! ¡El miserable!—piensa—. Le daría algún desaire público... Le mataría en duelo... o le haría perder su empleo... No estaría mal sacar la carta del jarrón y poner en su sitio algo asqueroso... una rata muerta... por ejemplo.

Turmanof entretúvose largo rato con estas imaginaciones.

—¡Yo sé lo que tengo que hacer!—exclama con alegría—. ¡Qué idea! ¡Magnífica!

Cuando su mujer se queda dormida, siéntase a la mesa, coge la pluma y, contrahaciendo su letra, escribe la carta siguiente:

«Al comerciante Dulinof. ¡Muy señor mío: Si hoy, 12 de septiembre, a las seis de la tarde, no coloca usted en el jarrón de mármol al lado de la glorieta del jardín público 200 rublos, será usted asesinado y una bomba será depositada en su almacén.»

Acabando esta carta, León Savitch da un rinco de satisfacción.