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DIEGO DE ROSALES.

severidad en benevolencia pidió consejo de lo que devia hazer, y les puso delante la obligacion que tenian de ser muy puntuales en el servicio del emperador, Rey de Castilla, los premios que recivirian de su Magestad, la fama y opinion que de sus nombres volaria por todo el mundo, y que serian tanto mas aplaudidos, quanto fuesen mas esquisitas y monstruosas las dificultades. Entonses juraron todos conformes seguirle asta morir en la demanda. En las resoluciones del mando se ha de llegar con tal suavidad, que los subditos las consientan, aunque las sientan, y no de manera que se despeñen a una incorregible desesperacion.

Vegiaron constantes por aquellos lobregos y confusos canales asta veinte y siete de Noviembre de mil quinientos y veinte, que desemvocaron al anchuroso mar del sur de Chile, quieto y bonancible, por lo qual le llaman el mar Pacífico. Fué aquel dia muy regosixado por aver aliado vn paso tan incognito, y vensido vna dificultad hasta ahora no vensida, y le pusieron el nombre de su inventor, dignamente: llamándole el estrecho de Magallanes, que se eternizará en todos los siglos venideros, sin que pueda borrarle la mas poderosa embidia, que intentó borrarle, y que se llamase el estrecho de los Patagones o de la Victoria, por la celebre nave de este apellido que le pasó y fué la primera que dio vuelta a la redondez de la tierra, como lo notó Theodoro Bry y lo sacó de Osorio, que escribió de las cosas del Rey Emanuel de Portugal, como lo refiere Gomara en su Historia de las Indias. Pero algunos historiadores cercanos a aquellos tiempos, dicen ser engaño el decir que en aquella carta se mostraba el estrecho, y que no estaba en ella dilineado sino el río de La Plata, que por su grandeza pensaron muchos que sería algun canal o brazo de la mar, y ya se ha visto el desengaño, que no es sino rio. En acompañarle a Magallanes en sus trabajos ninguno puso pleito, y muchos pretenden, desde la comodidad de sus casas, ser participes o Señores de las glorias que tanto le costaron: contra los lucimientos de insignes varones, suele convatir muy poderosa la envidia, y nunca se muestra en el campo de las fatigas y adversidades.

Viéndose ya victoriosos de los elementos en este mar austral y Pacífico, volvieron las proas acia las costas de Chile, y enpeñándose por sus inmensos golfos, navegaron sin ver tierra tres meses y veinte dias. En este tiempo consumieron el matalotage, de tal suerte, que tenian por mucho regalo comer un puño del polvo y migajas que barrian del pañol donde avian guardado el viscocho, y envuelto en vascosidades de los gusanos y ratones lo comian como si fuera un pan muy floreado. El agua despues de tanto tiempo estaba tan corrompida y edionda, que para veverla serraban los ojos y se tapaban las naríses. Tanto se agravó el ambre, que se comieron las sogas de cuero, los vorceguies, botas, sapatos, coletos y adargas de cuero, y aquellos pellejos con que suelen aforrar la garcia, y aunque eran durissimos por estar curtidos y enpedernidos con el sol y el viento, los remojaban tres o cuatro dias en agua de la mar y los cocian, asta ablandarlos y esponjarlos, como si fuera cola de pegar, y assi los comian. Y por causa de estos tan indigestos alimentos se les inchavan las ensias y cresian asta cubrir los dientes y muelas, y de esta enfermedad peresieron diez y nueve hombres; y a otros se les tulleron los pies y valdaron las manos tan reciamente que no podian servirse de ellas para veneficio alguno de las acciones humanas. Aumentábanse estas atribulaciones con la