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XXIII
HISTORIA DE CHILE

toqui boroano Chicahuala. Sábese por la historia la fama, la bravura i la belleza escepcional i guerrera de aquellos comarcanos.

Parece que en el primer momento de lejítimo pavor, el castellano Miguel de Aguiar, viéndose sin víveres, sin municiones, i con solo un puñado de soldados que no llegaba a cincuenta, habló de capitular o de rendirse. Pero estaba allí Diego de Rosales, i éste, con resolucion propia de una alma grande, lo estorbó, exhortando a los soldados a la defensa, mas que en nombre de sus propias vidas, en el de la vírjen inmaculada, cuja imájen de las Nieves, tan notada entre los viejos cronistas por sus milagros militares desde la época de la ruina de las Siete Ciudades, él mismo habia conducido a Boroa, erijiéndole una capilla.

XXX.

Notaron los soldados de la guarnicion de Boroa en la tarde del 13 de febrero de 1655 que los indios de las tolderías vecinas al fuerte se movian en todas direcciones como inquietos i azorados, porque en el pecho del hombre las tempestades del alma se anuncian con los mismos síntomas que en el mundo físico las borrascas de la naturaleza.

Dieron inmediatamente aviso al castellano Aguiar, i éste, que no llevaba la mano a la empuñadura de su espada sin consulta con los dos monjes de accion i de consejo que su buena estrella le habia deparado, a estos últimos.

Con el aceleramiento de un huracán de verano, cuyas nubes i polvareda divisábanse ya en el horizonte, díose dilijencia Rosales i su compañero, el padre Astorga, a perfeccionar las defensas necesarias para un largo i penoso asedio. Recojieron dentro de la estacada todos los animales que pacian en las vegas inmediatas al Cautin, encerraron en trojes el poco trigo que por cautela (cautela de jesuita) habian sembrado i que estaba ya listo en la era; hicieron limpiar los fosos, revisar i fortalecer las estacadas, alistar los cañones, los mosquetes i los arcabuces, i lo que parecióles todavía de mayor eficacia que todo esto, confesaron a los soldados i en una fervorosa i enérjica plática los exhortaron a la defensa de su rei i de su Dios [1].

Pusieron tambien los dos padres conversores oportuno remedio en una medida de inaudita crueldad que el inesperto i turbado gobernador quiso poner por obra degollando cincuenta i dos indios de servicio, hombres, mujeres i niños, que vivian al amparo del fuerte; i cuando iba ya a ejecutarlo en el cuerpo de guardia, corrieron aquellos a estorbarlo i lo consiguieron al punto. I no contentos con esto, i aconsejados de su siempre certera sagacidad en asuntos de indios, logró Rosales que aquellos infelices fueran puestos en libertad i soltados por los campos como otros tantos heraldos de la clemencia i la confianza de los castellanos. El padre Rosales tenia bien leido a


  1. El trigo sembrado era escaso, pero la cosecha proporcionalmente debió ser prodijiosa, porque cuenta el autor que de un solo grano él vio nacer en Boroa 125 cañas con otras tantas espigas. Tal es la feracidad de esos deliciosos campos hoi entregados por completo a ociosa barbarie.