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XLIII
HISTORIA DE CHILE

deudos i amigos, fuertemente comprometidos en la relacion honrada de los sucesos de su hijo.

En cuanto al estilo jeneral de la crónica de que damos sumaria cuenta, un literato español, buen juez en materia de retórica (don Vicente Salvá), comparó el de su autor al de Solis, i aun le encuentra superior. "No se citará en los diez libros de la Historia de Chile, dice aquel crítico en un estudio de que tenemos ya dada noticia, un solo concepto, una sola metáfora incongruente, ni una frase afectada de las que tantas veces se escaparon a la pluma del panejirista de Cortés. Añádese a lo dicho las dotes de ser perspicuo, majestuoso, animado, i sobre todo tan puro en la diccion, que lleva en esta parte grandes ventajas a Solis." Esto, por sí solo, es un elojio insigne i es bastante.

No entraremos nosotros, empero, a profundizar el parangon, si bien es un hecho evidente que Rosales apénas pagó un debilísimo tributo al pésimo gusto de su época, porque es tan parco en aforismos i en citas como se muestra avaro de latines, haciendo de esta suerte el mas singular contraste con la crónica abrumadora de Córdova-Figueroa, que ha merecido ya entre nosotros los honores de la imprenta, cuando acaso es solo acreedora a los del rollo por pedantesca, por bárbara, y especialmente por latina.

Respecto de lo que aquí nos permitiremos llamar el candor histórico de los escritores eclesiásticos de Chile en esos siglos i los presentes, Rosales lo tuvo en alto grado, pues, como su predecesor Ovalle i la mayor parte de los escritores monásticos del siglo XVII, cree en todas las apariciones de la Vírjen en los asedios i en la participacion del apóstol Santiago en todas las batallas entre castellanos i jentiles. I aun refiere que, segun tradicion de los indíjenas, otro apóstol cuyo nombre se ignora, predicó el Evanjelio en Chile, recorriendo todo su territorio calzado de ojotas i con su poncho doblado sobre el hombro, "a usanza de los naturales."

Sin embargo, en la protesta con que encabeza su libro declara honradamente el padre jesuita que no atribuye mas autoridad a los milagros de su leyenda que "aquel sentido (son sus palabras) en que suelen tomarse las cosas que estriban en autoridad solo humana i nó divina." Distincion es ésta admirable en un sacerdote de la edad feudal, i que no estaria hoi de más fuese tomada en cuenta por los narradores de milagros modernos en éste i en el viejo mundo.

Analizaremos ahora separadamente, pero con la escasa estension que es lícita en un ensayo de este jénero, cada uno de los grandes temas que hoi entregamos a la prensa, despues de larga espera, pero no sin cuidadosa dilijencia, con escepcion del libro destinado a los aboríjenes, que se presta a graves discusiones i diverjencias, i cuyo interes es tal, segun ya dijimos, que para formar de él un concepto justo seria menester reproducirlo entero.

En su estudio de la historia natural de nuestro suelo. Rosales no ha podido ménos de mostrarse inferior al ilustre sábio de su misma órden a quien hemos levantado estatuas i que floreció un siglo cabal mas tarde. Pero sin disputa es superior al