manos, al redactar su tercer libro, aquel que ya hemos mencionado como perdido i que compuso el propio secretario de Valdivia: tanta es su minuciosidad en los detalles, en la fijacion de los lugares, el acierto en los nombres, la precision en las jornadas. Traza paso a paso el itinerario del Conquistador, desde Atacama al Biobio, dando a esta parte de la relacion una novedad tal, que habria sido difícil hallarla aun en las animadas epístolas de nuestro primer gobernador, ni en las injenuas pájinas de su contemporáneo Góngora Marmolejo, nuestro Bernal Diaz del Castillo.
Así, por ejemplo, refiere Rosales una batalla de la que hasta aquí no habíamos encontrado huella alguna, que ocurrió en Limarí i en la cual las piedras i riscos del cerro de Tamaya hicieron sobre las espaldas de nuestros abuelos un ejercicio mui distinto del que hoi reciben bajo el combo i la yaucana. De la primera gran batalla que ocurrió en Santiago entre Francisco de Villagra i Michimalonco, cuando Valdivia andaba esplorando el valle de Cachapoal, no cuenta por ejemplo nuestro cronista las patrañas i exajeraciones del padre Ovalle, tal como la aserradura de la lanza de Francisco de Aguirre porque su mano crispada no podia soltarla, pero refiere incidentes curiosos, naturales i enteramente ignorados, como el de que fué tal el tropel i el ímpetu con que los indios penetraron en la ciudad, que un soldado llamado Pedro Velasco, que se hallaba de centinela, fué levantado en peso por la turba furiosa i arrastrado en esa forma mas de doscientos piés. Confirma la hazaña hasta aquí para nosotros dudosa que ejecutó en esa prueba la Judith chilena doña Ines de Suárez, si bien añade que en el primer momento fué ésta hecha prisionera por los bárbaros, de cuyas manos la rescataron los castellanos en lo mas crudo del combate. Pelearon los últimos por su parte con tal brio, que un solo capitan, llamado Alonso de Morales, quebró tres espadas, i quedaron en el recinto del pueblo, recien fundado, no ménos de 700 indios, cuyos cadáveres, atravesados en las acequias apénas abiertas, causaron una inundacion que aumentó los horrores del incendio en la pajiza aldea. Los españoles solo perdieron 4 hombres i 17 caballos.
Es digno de especial anotamiento que Rosales solo fija en seis mil el número de guerreros que en aquella ocasion acaudilló Michimalonco, cacique principal del Mapocho, cuando es de seguro que Marino de Lovera habria puesto en tal caso cien mil, i el padre Ovalle el doble. Uno de los mayores méritos del cronista jesuita, es por esto, a nuestro juicio, su visible i constante aficion a la verdad, no obstante que la hipérbole en sus exajeraciones mas monstruosas era el gusto i el sistema reinante de sus dias. No es tampoco mayor el número que atribuye a las huestes de Lautaro cuando despues de la muerte de Valdivia marchó aquel caudillo sobre Santiago.
En ningun caso habla Rosales, nos parece, de una junta o ejército mayor de veinte mil indios, escepto en Tucapel cuando mataron a Valdivia i en Marihueno cuando derrotaron a Villagra, i aun asegura que en todo Arauco, que él conocía minuciosamente por haberlo recorrido en el monte i en el llano, no habria podido convocarse en esos años (a mediados del siglo XVII) mas de veinte mil lanzas.