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índíos no cantaban porque sus voces gruesas debían sercontrarias al encanto.

Estaba cerca de la cabecera del enfermo un carnero liado de pies y manos, y entre unas ramas de laurel tenían puesto un ramo de canelo de buen porte, del cual pendía un tamboril mediano, y sobre un banco grande á modo de mesa una queta de tabaco encendida de la cual á ratos sacaba el humo de ella, y esparcía entre las ramas y por adonde el doliente y la música asistía. A todo esto las indias cantaban lastimosamente, y yo, con mi camarada en un rincón algo oscuro de donde con toda atención estuve á las ceremonias del hechicero. Los indios i el cacique estaban en medio de la casa asentados en rueda, cabizbajos, pensativos y tristes sin hablar ninguna palabra. Al cabo de haber incensado las ramas tres veces, y al carnero otras tantas que le tenía arrimado al banco que debia servir como altar de su sacrificio, se encaminó para donde estaba el enfermo, y le hizo descubrir el pecho y el estómago, habiendo callado las cantoras, y con la mano llegó a tentarle y sahumarle con el humo de la quito, que traía en la boca de ordinario; con esto le tapó con una mantichuela el estómago y se volvió donde estaba el carnero, y mandó que volviesen a cantar otra tonada, más triste y confusa, y allegando al carnero, sacó un cuchillo y le abrió por medio y sacó el corazon vivo y palpitando lo clavó en medio del canelo en una ramita, que para el propósito había un poco antes ahuzado, y luego cogió la quita y empezó á sahumar el corazón, que aún vivo se mostraba, y á ratos le chupaba con la boca la sangre que despedía. Después de esto sahumó toda la casa con el tabaco que de la boca echaba el humo; llegóse luego al doliente y con propio cuchillo que había abierto al carnero, le abrió el pecho que patentemente aparecian los hígados, tripas y redaño y lo chupaba con la boca, y todos juzgaban que con aquella acción echaba fuera el mal y le arrancaba de el estómago, y todas las indias cantaban tristemente y las mujeres é hijos del cacique llorando á la redonda y suspirando.

«Volvió á hacer que cerraba las heridas que á mi ver parecieron apariencias del demonio, y cubrióle el pecho nuevamente, y de allí volvió á donde el corazón del carnero estaba atravesad haciendo enfrente de él nuevas ceremonias y entre ellas fué descolgar el tamboril que pendiente estaba del canelo, é ir á cantar con las indias, él parado dando algunos paseos y las mujeres asentadas como antes. Habiendo dado como tres ó cuatro vueltas de esta suerte, vimos de repente levantarse de entre las ramas una neblina obscura, á modo de humareda que los cubrió de suerte que nos lo quitó de la vista por un rato, y