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omision persuadiendo que lo habia por solicitar un accidente antes que llegase: disputas e impugnaciones que a mas de estar decididas por un Parlamento de teólogos y médicos hecho a este fin en Paris, fueron aterradas en esta republica con el tiempo a fuerza y virtud de las felices resultas de este experimento de que no ha habido familia que no use y con la noticia que se ha exparcido aun otros rey nos y ciudades.

Para monstrar que mi pensamiento no habia sido puesto en ejecucion por puro efecto de mi atrevimiento y voluntariedad, en la Real Universidad defendí publicamente la asercion de que la incision era un remedio cierto y precautorio y a consecuencia que no solo podia usarse licitamente de ella, sino que aun debia así ejecutarse en resguardo de las vidas de los sujetos que no habian pasado por tal contajio, y que por raro acaso se librarian de él viviendo algunos años: funcion que sustenté en el grado de Dr. que se me confirió por aclamacion de dicha Real Universidad en premio de el mérito de mi invento.

El superior Gobierno en estos tiempos me destinó para Médico del puerto y Presidio de Valdivia, donde me mantuve cumpliendo exactamente con mi cargo, hasta que las enfermedades que me acometieron dieron mérito a mi regreso a esta ciudad donde me he mantenido en exercicio de esta facultad supliendo continuamente por el Dr. Dn. Ignacio Sambrano la asistencia al Hospital en sus muchas y continuadas enfermedades y en estos tiempos por muy poco menos de un año dejándole llevar íntegro su sueldo.

Santiago, 23 de Enero de 1776.»

Por su parte Carvallo y Goyeneche, en las páginas 310 y 311 de su historia, dá los siguientes documentos que no podemos dejar de transcribir:

«Las desgracias que causó esta riada fueron seguidas de una cruel epidemia de viruelas tan maligna que moría la tercera parte de los contajiados. El piadoso Gobernador se interesó con el prelado eclesiástico para que se hiciesen procesiones de penitencia y rogaciones con sermones misionales para purificar las conciencias y alcanzar de Dios la suspension de este azote de su justa indignación. La ciudad cuidadosa siempre de sus moradores contribuyó con quinientos pesos para alivio de los pobres y a su imitacion los vecinos pudientes erogaron cuantiosas sumas que se distribuyeron con aquella prudente economia que piden iguales casos, dirigida á que ninguno de los enfermos quedase sin ausilio para su curacion y asistencia.

Los médicos hicieron cuanto cabía en sus facultades en ausilio de la humanidad; pero la malignidad de la viruela inutilizaba todos los esfuerzos de su aplicacion. Seguian los estra-