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§ II.


Eduardo Jenner, el eminente descubridor de la vacuna, nació en Berkeley, del condado de Glocester, en Inglaterra, el 17 de Mayo de 1749.

Sus estudios de cirugía los hizo en Sodbury con el prestijioso cirujano Ludlow, y terminó sus estudios médicos, en Londres, en las aulas del profesor John Hunter, el gran fisiólogo experimental.

Dedicado al ejercicio profesional, en su pueblo natal, se dejó tiempo para los estudios fisiológicos y patológicos y á las investigaciones de historia natural á que fue siempre muy afi-

    mi salida de esa le diera pronto aviso del estado en que me encontrase por acá la epidemia de la viruela pongo en la Alta Consideracion de V. S. como habiendo salido de la Concepción para esta el dia tres de Octubre llegué a casa de la Sra. D.ª Isabel de Gaete la que encontré toda por los suelos de la espresada viruela i al Sr. don Miguel Barriga tan malo que al dia fué ánima de purgatorio. Por esta causa Sr. me ví precisado a estarme allí 18 dias medicinando a todos los enfermos hasta llegar a términos de hacer yo mismo las substancias por mi mano i medicamentos porque en la casa no habia quien los hiciera, pues sólo se servían de un criado que prestó a la Sra. Dn. Domingo Osores i tuve la felicidad de que sólo uno falleciese de los mas enfermos que curé en la casa desde su principio: que fué la hija de la Sra. Isabel D.ª Mercedita.

    Cumplidos Sr. estos dias en los que asistí también al Sr. Cura de la Florida quien quedó enteramente repuesto, i a otros varios de aquellas inmediaciones, seguí mi destino a la ciudad de Chillan la que estaba en el estado mas deplorable que V. S. puede imajinarse no sólo por los muchos que fallecían al cabo del dia sino también por la falta de remedios i de facultativos. I lo que es mas doloroso Sr. encontré tanta miseria i calamidades en los miserables enfermos, que muchos por estar todos los de la casa postrados no tenian como tomar un jarro de agua i sólo conseguían este alivio cuando alguno de afuera movido de caridad se la suministraba.

    Aquí fué Sr. donde no sólo la confianza de V. S. hizo de mí la que he procurado desempeñar en cuanto mis cortas facultades me permiten sino también el debido precepto de la caridad me obliga a aplicar todo esmero i conato posible en asistir a tantos pobres, visitándoles frecuentemente i según la necesidad lo pedia, tratándoles con la mayor suavidad para su consuelo i últimamente repartiéndoles a nombre de V. S. los medicamentos necesarios de botica con los que mas se han levantado finalmente otros varios sus dias, porque puedo asegurar a V. S. que la peste del dia i lo mismo desde que entró la primavera según estoi informado a fondo de este vecindario es de los pocos que he visto en su horror i fortaleza.

    Nunca podré Sr decir debidamente cuanto es el agradecimiento en que