mano sobre el corazon y la mantuve así durante muchos minutos: ninguna pulsacion: estaba rigido é inerte. El ojo maldito no podía atormentarme más.
Si persistís en creerme loco, vuestra creencia se desvanecerá, cuando os diga los injeniosos medios que empleé para ocultar el cadáver. La noche avanzaba, y yo trabajaba velozmente; pero en silencio. Primeramente corté la cabeza, despues los brazos y por último las piernas. Luego arranqué tres tablas del entarimado, y coloqué debajo aquellos restos; volviendo á colocar las tablas tan hábil y diestramente, que ningún ojo humano—¡ni aun el suyo!—hubiera podido descubrir algun indicio sospechoso. No había nada que dudar: ni una mancha, ni un rastro de sangre: yo había tenido gran pre caucion y había puesto una cubeta para que recibiera toda la sangre. ¡Ah! ah!
Cuando hube concluido estos trabajos eran las cuatro; pero estaba tan oscuro como á media noche. Daba el reloj la hora, cuando llamarón á la puerta de la calle. Bajé á abrir con el corazon sereno, porque ¿qué tenía yo que temer? Entraron tres hombres que se me dieron á conocer como agentes de policía. Un vecino había oido un grito durante la noche, y sospechando alguna desgracia, había dado aviso á la oficina de policía, en vista de lo cual habían sido enviados aquellos señores para reconocer el sitio de donde había salido el grito.